"Mira Paul, llevas tres horas tocándome las narices con lo mismo. ¡No te voy hacer madalenas y punto pelota!".
Paul se dio media vuelta, enfurruñado, y subió a su habitación cuidándose bien de pisotear cada escalón, no fuera a ser que a mami no le hubiese quedado lo suficientemente claro que no estaba, en absoluto, de acuerdo con la negativa.
¿Y qué si los otros niños corrían más que él? ¿Y qué si no era capaz de saltar el potro? ¿Qué era aguantar un par de insultos de vez en cuando -¡bola de sebo!, ¡barriguitas!- comparado con el placer de saborear una de aquellas madalenas? Mmmmmm... ¡O un bizcocho con chocolate! Y si podía ayudar en su elaboración !mejor que mejor!
Pero mami, tan estupenda ella, tan delgada y elegante, no acababa de entender que a Paul le diese igual lo que pensara el resto de la gente. Además, como puntualizaba siempre, estaba preocupada por la salud de su "Polito".
Sin embargo, no tenía por qué. Su retoño era un fuera de serie sanitario. Ni gripes ni catarros ni un triste resfriado. Además era, con diferencia, el niño más listo de la clase y tenía una imaginación que no conocía límite alguno.
Aquella misma tarde, tras haber dictado los deberes a tres amigos que habían faltado a clase, enfermos de un virus que había afectado hasta al profesor -pero, por supuesto, no a Paul- se había sentado a dibujar un nuevo comic: Las increíbles aventuras de Super Galactic Madalein. A Paul todo lo que sonase de lejos a inglés le parecía "chachi". Ahora sí, a la hora de la verdad no entendía ni papa... pero "cero limonero", que decía su hermana.
El caso, que Super Galactic Madalein era, como no podía ser de otra forma, estadounidense. Un espectacular muffin neoyorkino, que huyó de la pastelería en que fue creado -en un horno radiactivo, por supuesto- para luchar contra los matones de patio de colegio que le roban las meriendas a los niños indefensos.
Madalein se hacía pasar por una simple madalena en la bolsa de la merienda de uno de estos niños atormentados. Cuando un abusón la robaba y se la llevaba a la boca, el muffin liberaba toda su fuerza galáctica en un "mamporro máximo mortal" y tumbaba al matón de turno sin apenas esfuerzo. Una vez el villano yacía en el suelo indefenso -y, como no, desconcertado, porque que te zurre una madalena pues no es cosa del día a día...- Madalein soltaba su famosa frase:
"Si coges lo que no es tuyo, te parto la cara, ¡capullo!"
A Paul, por aquel entonces, le encantaba la palabra "capullo" porque la acababa de aprender. Además era de esas palabras que no llega a ser un taco, pero casi, y se sentía poderoso diciéndola en casa sin que le riñesen del todo.
Si hubiese podido, se la habría dedicado repetidas veces a Raúl Filas. Ese despreciable y despropocionadamente gigantesco ser que se dedicaba, cada martes por la tarde, a robarle la merienda.
Paul no lo quería reconocer, pero Filas le tenía amargado. Y aunque no se parase a odiarle abiertamente, la aparición de Super Galactic Madalein hablaba por si sola...
Ese mismo día, que por desgracia había sido un martes, aquel asqueroso le había robado el muffin de chocolate que, con sus escasos ahorros, Paul había comprado en la panadería de la esquina. Por eso al llegar a casa tenía tanto antojo de madalenas y por eso le fastidió tanto tantísimo la obsesión con su dieta de mami.
Paul no se paró a pensar que si le hubiese contado la historia del matón de Filas, mami le hubiese horneado madalenas hasta quedarse sin horno. Le daba vergüenza reconocer aquella "derrota", sobre todo ante un simio del tal calibre.
Al subir a su habitación se tiró en la cama pensativo. Tenía la extraña sensación de que algo iba a cambiar dentro de poco... Pero sólo era capaz de pensar en madalenas peleonas que salían del horno de mami jurando acabar con el cabestro de Filas.